lunes, 26 de septiembre de 2011

Maria Inmaculada

Reposan mis pobres ojos sobre ti
y al mirar tu dulce vientre
me consuela suavemente
tu ternura maternal.
Tu dulcísima figura
que a la serpiente domina
enciende el amor en mi
y renace la esperanza
al reposar mis pobres ojos
sobre ti.

En tu pecho hay un ardiente
resplandor que tu corazón
enciende donde la espada que pende
me convence de tu amor.
No hay tristeza que no ceda,
ni dolor que no se rinda ante
tu dulce corazón.
De ternuras eres fuente
si en tu pecho hay un ardiente
resplandor.

Es tu manto el gran remanso de tu amor
donde el pecador encuentra
la esperanza que lo alienta
a confiar en el perdón.
Tus manos como palomas,
me consuelan y me indican
la razón de mi existir.
Quién en ti no confiaría
si es tu manto el gran remanso
de tu amor.

Es tu nombre un bello canto a tu bondad,
que se dice dulcemente,
se pronuncia lentamente y
se repite sin cesar.
Que llamado tan gozoso,
que serena melodía
es tu nombre pronunciar.
Cómo no decir María
si es tu nombre un bello
canto a tu bondad.

En tu seno el mismo verbo se encarnó,
y en tu vientre el cinto de oro
testimonia tu esperanza
y tu pureza en su esplendor.
Si tú, tierna Reina mía,
me conduces y me guías
hacia el Reconciliador.
Quién sin ti vivir podría
si en tu seno el mismo verbo
se encarnó.

Quién podría resistirse a tu candor
si ante tu mirada tierna,
la soberbia se disuelve
como bruma bajo el sol.
Alegrías y dolores se unen
como blancas flores
en torno a tu corazón.

Hoy mi vida se confía,
dolorosa Madre mía,
a tu amor (bis)

-Cantos SCV-